Friday, October 21, 2011

Richard Coleman: el eslabón perdido

Luego de deleitar a generaciones con Los Siete Delfines o acompañando a Soda Stereo entre otros grandes, saca su primer disco solista. Una delicia. Música para escuchar siempre. 


Un artista es también las expectativas de su público. Ambos se conforman. Aunque las posibilidades de influir en la formación del otro son mayores en el artista. En la cresta de la ola, puede disponer a su arbitrio si algo nuevo quiere de su música. Y de su vida. En la pendiente, mejor recurrir a lo seguro de los sonidos consagrados. Las fieles compañías suelen ser el refugio en los momentos aciagos, que no por eso debe ser confundido con la solución: sencillamente es donde más a resguardo se está; y lo que calma, cura.

En el origen, algunas cosas son menos difíciles. Por ejemplo, aún hoy Argentina se pregunta por qué no puede aparecer un nuevo Luis Alberto Spinetta, o un Charly García. Por no hablar de unos cuantos más, que sin olvidar a Pappo debería incluir a los exitosos ochentistas Andrés Calamaro, Gustavo Cerati, Los Redondos, Virus, por nombrar los que vienen a la memoria de inmediato y funcionan de disparadores para volver a pensar la música en algún momento distinto al hoy. Y es que los que arrancan con algo, como en su tiempo hubo que arrancar con el rock argentino, saben que tienen todas las de perder: así es más factible hacer la música que realmente se viene en gana; se haga lo que se haga, no se venderá lo suficiente para hacer la diferencia: nada superior al placer de lo que gusta. Entre otras cosas, los nombrados, también por eso se hicieron grandes como son.Los que llegaron después tenían el camino despejado. Y más comprometido. Encima la experiencia de los anteriores mucho no les servía, ya que era una experiencia para otro tipo de situación, para cuando estaba todo por hacerse. Ahora la dificultad era otra, y nadie sabía bien siquiera en qué consistía.

Entre ese grupo de artistas que explotaron en los 80 pero cuya configuración corresponde a una época previa, una configuración que podría definirse como decantada, casi en su máximo grado de pureza, resultó sin dudas en lo que fue Soda Stereo, Virus, Los Redondos, Andrés Calamaro, Los Fabulosos Cadillacs, incluso formaciones más noventistas como Los Piojos, La Bersuit, Divididos, Las Pelotas (lo cual no deja de llamar más la atención aún sobre Sumo: una formación que parece no admitir antecedentes ni continuadores, que no admite otra categoría que la propia)

Entre todos ellos, un músico de esos que cuesta creer que existan cada vez que se lo escucha o se lo ve. Que provocan la pregunta de por qué no alcanza el calor de las masas. Richard Coleman. El que hizo Clap y luego Fricción con Cerati, Christian Basso y Fernando Samalea; el que luego hizo Los 7 Delfines (L7D); el que grabó con García y Calamaro; al que llamó Soda Stereo para hacer su gira final; el que hizo discos para volver a escuchar sin que la naftalina le haya dado olor, y al que cada disco parece salirle igual de bien que siempre: en vez de ser una cordillera con grandes picos, lo suyo parece una cadena montañosa de gran pero pareja altura. Insólito. Cautivante.

Coleman es de culto e influyente. Sabe dar toques de distinción a la música que acompaña con su guitarra, y una energía atrapante a la que inventa y ejecuta como propia. Sabe rockear si hace falta (y vaya que lo hizo) y ser el más de los profesionales. Puede producir lo ajeno como dejarse producir lo propio. Puede jugar donde los demás hacen agua. Y apelar al oficio frío si hay que levantar lo ilevantable. Un músico de excepción, antes que uno excepcional.

El eslabón ochentista que permite unir lo que va del inexplicable Sumo al sofisticado pop de Soda, del gran rocanrol clásico de Los Redondos al juguetón pop de Virus, de las encantadoras canciones de Calamaro y Fabiana Cantilo al rock latinizado de los Cadillacs. En su música aparecen, con la delicadeza del anfitrión más excelso, todos esos sonidos. Ninguno en su versión original: los remasteriza su fina guitarra. Y así como todos los 80 pasan directamente por su música, los 70 de García y Spinetta lo hacen a través de lo que de ellos tomaron sus herederos.

Siberia Country Club se llama su primer disco solista, que acaba de sacar y presentar. Produce el mismo efecto que al escuchar a L7D: suena como de siempre, como si el tiempo no lo afectara, una continuidad permanente que no se repite jamás. Un único disco que se promete inmortal. Si Coleman fuera divino, se hablaría de milagro.  

Por Jorge Belaunzarán  (Asterisco*) 

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