Thursday, August 19, 2010

Los cinco indispensables del metal criollo

Cinco discos de heavy metal argento que no pueden faltar en ninguna discoteca.  


Riff - Ruedas de metal (1980)

Ruedas de metal fue un sopapo. Tremendo, importante y necesario. Cuando salió, en 1981, significó la aparición de un rock pesado que acá no existía, porque Riff fue siempre una banda de hard rock, nunca fue heavy metal, aunque su estética prestara a confusión. El disco fue un tremendo sopapo a la realidad de nuestro rock: en ese abanico que iba desde la Pesada hasta Pescado y toda la secuencia Spinetta, Manal, Vox Dei, de pronto apareció Pappo con una banda impresionante. En el show (Adiós Pappo's Blues, Bienvenido Riff), después de que Pappo anunciara: "Bueno, hasta acá llegamos, se terminó Pappo's Blues, ahora voy a presentarles a mi nueva banda", empezaron a tocar y por momentos eso era Saxon. Bueno, al punto de que Ruedas de metal era Wheels of Steel de Saxon, no jodamos.
Riff también era ver a Pappo en otra faceta. Y tenía además todo aquello que traía Michel Peyronel, por haber viajado y vivido en Europa, por haber estado en las primeras bandas francesas de rock pesado. La imagen de Vitico era increíble: pantalones de cuero, remera negra, pelo muy corto; parecía que había bajado del avión recién. Y en la otra guitarra, acompañando a Pappo, tenían toda la densidad que entregaba un tipo como Boff Serafine. Un guitarrista rítmico descomunal, que después no sólo fue la apoyatura de Pappo, sino que aportó un sonido para Riff, agregándole muchas cosas con su desarrollo y su crecimiento musical. Porque Pappo era dedo, corazón y cabeza, era "dame una Gibson y yo la voy a hacer sonar como pocos en el país", y Boff era los pedales, los efectos, la búsqueda de sonido. 

Ruedas de metal era un disco que tenía la frescura de algo que llega y es impensado y provoca y rompe con lo que estaba sucediendo. Temas como "Mucho por hacer" eran para usar en la movida. Si uno se sentía rockero y le gustaba el rock pesado, las guitarras distorsionadas y que la batería golpeara, esa canción era una declaración de principios. Estaba "Sordidez", un tema que cantaba Vitico, uno de esos rocanroles que a él le gustan, bien derechitos, con esa manera de tocar que te lleva ahí, dos-tres, y que no deja de tener el machaque permanente entre bajo y batería. 

Después, "El marqués bajo la luz" se transformó en una de las canciones más queridas de Riff, un track insoluble. "Donde está el marqués / yo me veo los pies / yo me veo los pies bajo la luz", decía la letra. Era un delirio que sólo Pappo podía componer y que tenía en el hecho musical la fuerza de una letra que uno la lee sola y dice: "¿Quién carajo escribió esto?". Michel era la ficción llevada al rock, pero Pappo era eso: "No detenga su motor"; y después le agregaba: "E investigue su interior". Esa insólita manera de pegar frases. También está "Rayo luminoso", que es una de esas típicas canciones hard rock que no llegan a ser metaleras, pero que están rozando el género todo el tiempo. A mí me da esa sensación. Y "Boff, no puedo soportarlo más" para mí era un rockazo, aunque no lo tocaban nunca en vivo. 

Sin duda, Ruedas... es un disco clave, para escuchar completo un rato largo. Cuando salió, lo reproducíamos en vinilo, con todo lo que eso representaba. Sonaban las guitarras distorsionadas, pesadas, ese rock potente, duro, que siempre fue ninguneado en Argentina. Este disco le dio frescura a un momento de mucho jazz rock, de mucho "mirá cómo toco", de esnobismo, y de pronto apareció esto. Volvíamos otra vez a caminar la calle, y si bien cada movida tiene su uniforme, éste era un uniforme que nos quedaba mejor, que nos quedaba más cómodo. 

Por Norberto Verea.

Mirá una entrevista con el Ruso Verea, en la que recuerda el concierto "Adiós Pappo´s Blues, bienvenido Riff" 

 


V8 - Luchando por el metal (1983)

No es difícil detectar que la inspiración automovilística del nombre V8 (motor de ocho cilindros) provenía de Motörhead. Incluso la tapa de Luchando por el metal tiene relación con la del álbum debut de la banda de Lemmy Kilmister, Motörhead (1977). Ricardo Iorio era el ideólogo indiscutido de V8, una banda que, antes de llegar a lo que podríamos considerar la formación clásica de su primer álbum (Iorio-Civile-Rowek- Zamarbide), ya había pasado por varias alineaciones. Pero lo que en realidad adoptaba el bajista para su grupo era el ideario de Lemmy, antes que una traslación más o menos literal de su música. Lo que haría V8, de la misma manera que lo había hecho Motörhead algunos años antes, sería propulsar el heavy metal con adrenalina punk y sembrar la semilla del speed metal y el thrash metal. El amor de V8 por los fierros y por la iconografía motoquera (ropas de cuero, tachas, pelos largos) los excluía de pertenecer al punk como movimiento -además, la precisión y complejidad de algunos arreglos denotan la influencia casi "progresiva" de grupos de la "New Wave Of British Heavy Metal", como Iron Maiden, Saxon y Judas Priest-; sin embargo, la velocidad de su música, la furia antisistema, la actitud confrontativa contra la anterior generación rockera (según ellos, simbolizada en la palabra "hippie") y la sensación de estar siempre caminando al borde del caos los acercaba al punk más de lo que ellos mismos se imaginaban. 

Luchando por el metal, el salvo inicial, es el manifiesto más perfecto de V8, el disco que mejor resume su estética, su espíritu y su filosofía, y -con el tiempo- se convertiría en el álbum más icónico del heavy metal argentino. Aún hoy puede verse su logo, estampado en remeras de chicos que no habían nacido cuando este disco se grabó. Son nueve canciones en menos de veintisiete minutos, como si el cuarteto vomitara, en un solo envión, toda la bronca contenida, la frustración y el hastío que había acumulado durante la dictadura. 

Fue grabado con bajo presupuesto y en pocas horas (alrededor de setenta, según quien cuente la historia) en los estudios Edipo, de Los Bárbaros. Los V8 prácticamente no tenían experiencia previa en el estudio (sólo habían registrado un demo con cinco temas), y tampoco buen equipamiento (Civile grabó con un Marshall de Gabriel Jolivet, guitarrista de Dulces 16; Rowek consiguió prestada una batería Pearl). En el estudio, sólo contaron con la ayuda de Marcelo Vitale, integrante de Los Bárbaros -que fue el técnico de grabación y además aportó un teclado en "Si puedes vencer al temor", un tema cuya marcha ominosa trasluce la influencia de Black Sabbath-, y de Quebracho, un histórico asistente de escenario que era amigo del grupo, cuya experiencia de muchas horas en la ruta y en el estudio con Charly García lo convirtió en una especie de productor asociado. Pero aun con todas esas carencias, Luchando por el metal es uno de esos discos que sobresalen por la autenticidad de su contenido, como si la fuerza expresiva de su mensaje se sobrepusiera a limitaciones externas e internas. 

Los V8 se ubican a sí mismos en el centro de la tormenta, con la fuerza vindicatoria de Iorio como bandera. Los temas se acreditan como de los cuatro integrantes, pero el bajista es el autor de la mayoría de las letras (con excepción de "Parcas sangrientas" y "Angeles de las tinieblas", que son de Beto Zamarbide; "Torturador", de Osvaldo Civile, y "Destrucción", de Gustavo Rowek). Y aquí puede apreciarse la diferencia entre Ricardo y sus colegas: mientras que éstos apelan a una imaginería más típica del metal clásico, las letras de Iorio apuntan sus dardos a un doble objetivo, el sistema y "los hippies" -representantes de una juventud "blanda" que acepta mansamente la opresión-, y relatan la vida rutinaria y sin esperanzas del trabajador abrumado por su diaria tarea, ejes que continuarían demarcando su obra tanto en Hermética como en Almafuerte. En contraposición a esto, sólo el "metal" encarna una salida, con la "acción" como pivote de una actitud de rebeldía activa. 

Los tres clásicos por excelencia de este álbum son claros ejemplos de esa postura: "Destrucción" (que empieza con el ruido de un motor, grabado en un taller cercano al estudio por Iorio, quien tuvo que contentarse con un Torino al no poder encontrar un auténtico V8) son dos minutos demoledores, que cabalgan sobre los veloces punteos de Civile y el machaque incesante de Rowek. Comienza relatando la situación represiva ("no dejan pensar / no dejan crecer / no dejan mirar / pero por suerte puedo ver"), para culminar con una amenaza, en la única estrofa que pertenece a Iorio ("se siente en el aire la fuerte tensión / es la imponente furia de mi motor/ arrasará con todos y también con vos / que morirás llorando, por blando que sos"). "Brigadas metálicas" vuelve sobre el mismo tema: "Los que están podridos de aguantar / el llanto de los que quieren paz..."; para ofrecer la salida redentora en el estribillo: "Vengan todos, aquí hay un lugar / junto a las brigadas del metal / gente demente que no es igual / a la hipponada de acá". Pero en "Muy cansado estoy", Iorio encara una mirada social que reaparecería en temas como "Gil trabajador", de Hermética, y muchos otros. Pappo aparece como invitado en el último tema, "Hiena de metal". Era el fin del disco, pero el mito recién comenzaba.

Por Claudio Kleiman 

V8 - "Destrucción" (en vivo)

 

Rata Blanca - Magos, espadas y rosas (1990)

"Las puertas del metal grande se abrieron con Rata Blanca", declaró alguna vez Walter Giardino, y así como no le sobra modestia tampoco le falta razón. A fines de los 80, el heavy argento tambaleaba por la retirada de sus dos patriarcas fundadores: Pappo había disuelto la discutida formación de Riff con JAF y Moro y volvía al blues; mientras que el V8 de Iorio venía de colapsar tras su vuelco al cristianismo, y su diáspora (Hermética, Horcas, Logos) recién cortaba los dientes de leche. Tampoco movía el amperímetro la variante hair, encarnada por bandas como Alakran y Fiesta Americana. Se necesitaba un giro de llave que dejara entrar en el metal local todos esos elementos que hacían proliferar el género en Anglosajonia. Y para eso llegó Magos , espadas y rosas (1990), un trabajo que los puristas podrán discutir, pero al que nadie desestimará en su rol de oportuno salvavidas de nuestra escena pesada. 

Giardino había formado el grupo en 1987, tras pasar fugazmente por una de las últimas encarnaciones de V8. Tuvo a su propio Paul Di'Anno en Saúl Blanch, ex vocalista de Plus en los 70, con quien grabó un debut homónimo que no tuvo el éxito esperado (años más tarde, como suele pasar, este trabajo sería rescatado por el ratismo extremo como el portador del verdadero espíritu de la banda), por lo que se abrió así la primera de muchas puertas: la que dejó entrar a Adrián Barilari. El joven e inquieto vocalista completó la fórmula de "guitarrista místico + frontman carismático" y fue clave en el nuevo estilo del grupo, una cruza entre el heavy clásico de Rainbow, el power épico de Helloween y -también- una pizquita de soft metal californiano. 

Si uno tomaba como botón de muestra el tema de apertura "La leyenda del hada y el mago", que Rata eligiera un título como Magos , espadas y rosas era como si Riff titulara uno de sus discos Cuero, fierros y minas: una especie de catálogo de lo que se oiría al posarse la púa sobre el negro vinilo. Así se abrió un nuevo portal: el que permitió que ingresaran al metal nacional los elfos y las brujas y los bosques y los dragones de J. R. R. Tolkien, temática que nunca terminó de prender en la escena argentina, siempre más afecta a las letras contestatarias legadas por V8. ¿Y qué otra entrada inauguraron? La del violero divo, extravagante, virtuoso y veloz, nieto de Ritchie Blackmore e hijo de Yngwie Malmsteen. 

Hablábamos antes de la veta soft, y es ésta la que funciona como pasadizo para otro factor que hasta ese momento no había pisado la escena local: los sentimientos. "Por qué es tan difícil amar", se preguntan en un instrumental, cosa que habría horrorizado a las brigadas metálicas apenas un par de años antes. Pero si de fundamentalistas escandalizados hablamos, nada supera a "Mujer amante", el aterrizaje definitivo de la más rara avis del heavy: el hit crossover, la canción que entonan hijos y madres, el himno que termina sonando en las FM entre Haddaway y Luis Miguel hasta que Giardino y compañía le bajan el pulgar, hartos de la excesiva exposición que acaba por hacerles ganar, al mismo tiempo, el favor del público pop y la desconfianza de la intelligentzia dura. 

Fueron tiempos de vale todo: decenas de miles de copias en circulación, discos de platino, shows con orquesta sinfónica y piezas de Bach; Vélez hasta la manija, bailantas, playbacks en Ritmo de la noche. ¿Qué quedó? Popularidad, claro: veinte años después, siguen vendiendo y convocando. Pero también parquedad y recelo, residuo de una época brillante que se hizo áspera por culpa de los dos crímenes menos perdonables del metal: llegar primero y pegarla 

Por Diego Mancusi.

Rata Blanca - "Mujer amante" 

Hermética - Acido argentino (1991) 
 
"De Pismanta a Bauchaceta" cierra el disco, un instrumental enigmático con un título que lo es todo. Entre los casi 35 kilómetros que separan Pismanta de Bauchaceta, dos puntos del desierto sanjuanino, no hay un carajo: hay desierto. Es el exilio en formato de audio. Todo este disco es precisamente eso. Si buscan la ruptura más grande del rock argentino de los 90, probablemente la encuentren en Acido argentino: 1991, el año de la edición de esta obra cumbre del metal nacional, quedaba muy lejos del B.A. Rock de 1982. Cuando empezaron los 90, la nación metálica ya había emergido del todo. La nueva tribu no hacía las paces con nadie. 


Grabado en 150 horas en los estudios Aguilar, con producción de los propios Hermética (editado por Radio Trípoli, distribuido por DBN), y con Claudio "Pato" Strunz, ex Heinkel, como nuevo baterista, Acido... era épico y desesperado ya desde su arte: un Tío Sam enloquecido, estrangulando a la Dama Argentina. Su foto interna no estaba sacada en estudio: el bajista Ricardo Iorio, el cantante Claudio O'Connor, el guitarrista Antonio Romano y Strunz posaban en un basural de San Fernando. La música, ese nuevo speedheavy, evidenciaba el desencanto social de las clases medias y bajas tras la gigante venta de humo del primer triunfo de Menem. 

Acido argentino también hablaba de todo lo que, en aquel momento, estaba fuera de la agenda de la conciencia colectiva criolla: los aborígenes cada vez más marginados en "La revancha de América", "Predicción", o la nueva tecnología IBM como método de exclusión para gente que ni siquiera podía terminar el secundario; o "Gil trabajador", quizás el mejor retrato del rock nacional sobre la alienación obrera, con ese comienzo mecánico en que Strunz (el mejor doble bombo de la historia del género en la escena local) le da al crash que da miedo. 

De cualquier modo, el triunfo de Acido... no está en su sonido, una síntesis argentina del thrash norteamericano, bastante simple y centrada en Motörhead, de pocas notas y sin arreglos lujosos, con solos arrebatados, riffs derechos y marciales ("Robó un auto", la primera canción del disco, resulta expulsiva a primera oída). Lo central de este álbum es su poderosa lírica, esos estribillos que son carne de coro. Acá están, muy probablemente, los mejores textos de Iorio en sus treinta años de carrera.
Acido... puede conmover, principalmente en "Del camionero", que vaga solitario por las rutas, a campo abierto, con sus dieciocho ruedas sin lamentar, escapando de quién sabe qué. Una estética narrativa que comenzó en este disco, y obsesionó a Iorio durante el resto de su obra. Todavía podemos imaginar a tipos que, entre paradas, en el medio de la nada, ponen esta canción en una vieja casetera, y lloran: "En banquinas me enredé / sólo mi camión lo sabe bien / la ruta sigue en soledad / mi canto guardará". 

"Evitando el ablande", el hit histórico del disco, es la clave ideológica para entender el heavy nacional de los veinte años posteriores: la Argentina autodestructiva, la separación y la vida antisocial. Nosotros contra todos: "Con mis amigos / en el concierto / de metal duro / un sentimiento". Otra línea, en su puente: "Las poses de discoteca no tienen cabida / en esta movida / yo repudio toda esa careta / de mersa coqueta...". 

Tómenle examen a cualquier heavy que conozcan. Este disco es como el Preámbulo de su Constitución. Hermética escribió su propia historia del heavy argentino a un costado de la del rock nacional. Quizá porque sabía de antemano que no había chance de inclusión, o porque no daba ser parte. Era mejor ser un paradigma en sí mismos. Hoy, Hermética figura entre los comebacks más pedidos del rock nacional, junto con Patricio Rey, y los shows solistas de sus ex miembros toman otro brillo y otro pogo cuando desempolvan este material. 

El legado de este disco inmenso puede resumirse con "En las calles de Liniers", en la que Iorio, lejos de las hadas y los magos de Rata Blanca, usa su voz por segunda vez en el disco -sobre un Romano inspiradísimo- para hablar de nenes mendigos en trenes atestados, de linyeras y bolishoppings, o de un policía que pelea con su hembra, y entrega las líneas que lo convirtieron en el gran cronista metálico: "Sólo transmito lo que observo / No es una invención de mi mente, no". Lucas Martí, boxeado hace años por Pappo, la versionó en acústica y la subió a YouTube. A veces los honores llegan de lugares rarísimos.

Por Federico Fahsbender 

Hermética - "Gil trabajador"

 

A.N.I.M.A.L. - El nuevo camino del hombre (1996)


En los 90, cuando la música pesada vivía el mayor crossover de su historia, con grupos que mezclaban la distorsión con todo lo que estuviera a su alcance, aparecieron los pilares de la generación que habría de reemplazar a la original. Iron Maiden y Judas Priest se convertían en cosa del pasado y su lugar era ocupado por los Pantera, Biohazard, Prong, Ministry, Helmet, White Zombie y Sepultura de este mundo. Casi al mismo tiempo, Andrés Giménez (voz y guitarra) y Marcelo Corvalán (bajo y voz), el dúo histórico de A.N.I.M.A.L., y Alejandro Taranto, el manager, veterano de mil batallas que ganó todo con artistas como Los Fabulosos Cadillacs y JAF para perderlo en la siguiente aventura musical, supieron leer la realidad agotada del heavy argento, que se debatía entre la mala onda de su líder carismático -Iorio-, la lenta agonía del grupo más popular -Rata Blanca-, y los que venían atrás, básicamente desprendimientos de V8 como Horcas y Logos. Aquellos pioneros de la música pesada argentina, que habían crecido en la dictadura, no asimilaron los cambios que llegaron tan rápido gracias al oasis generado por la convertibilidad. Ya no había que tener pelo largo ni vestirse con cuero y tachas para ser heavy. En los 90, los bermudas fueron el grito de la moda callejera. Tampoco valía seguir odiando al otro por ser distinto. A.N.I.M.A.L. los aceptaba a todos y les daba la bienvenida a sus conciertos, rituales con pogo en el que participaban fanáticos del heavy, del hip-hop y del hardcore. Tatuajes y piercings se convirtieron en adornos obligados. Eso mismo que representaron para el rock alternativo grupos como Babasónicos y Los Brujos, significó A.N.I.M.A.L. para las huestes pesadas. Y los referentes internacionales ya no pararon de venir. Cada vez que en Obras tocaban Biohazard, Sepultura o Pantera, ahí estaba la misma banda soporte: A.N.I.M.A.L., asimilando esa actitud profesional que luego los llevaría a consagrarse en América latina.


El nuevo camino del hombre, la consolidación del trío formado por Giménez, Corvalán y el baterista Martín Carrizo, fue el primero de varios discos de A.N.I.M.A.L. grabados en Estados Unidos, donde llegaron a codearse con sus ídolos. Pasaron tanto tiempo afuera haciéndose de abajo que plasmaron la experiencia en "Lejos de casa", una balada que añora el barrio, esa institución siempre presente en la carrera de la banda: "Merodeando tan lejos de casa / un nativo de ese barrio padre / le da forma y nombre / a una tristeza", se lamentan con espíritu tanguero. El discurso, aunque seguía denunciando desigualdades sociales, era incluyente, pacífico: "Somos la nueva cultura viva, somos mezcla de dolor y lucha, creemos en esta vasta familia, que predica su sana locura", dicen en "Guerreros urbanos". A.N.I.M.A.L. capitaneó a esos guerreros urbanos que encontraron en la banda su lugar en el mundo. "Orientación es todo lo que necesitamos para andar", dice el tema "El nuevo camino del hombre". El trío orientó esa energía que hasta entonces estaba dispersa y se transformó en un fenómeno cultural único, hasta ahora irrepetible. Ese concepto arraigado de familia unida fue el principio y el fin para A.N.I.M.A.L., que años más tarde no soportó la ruptura entre sus dos pilares: cuando Giménez y Corvalán dejaron de funcionar como un matrimonio perfecto, sus seguidores, desencantados por el fracaso de una historia que había sido de amor, partieron sin rumbo fijo. Pero en 1996, cuando salió El nuevo camino... la portada con esos tres puños entrelazados confirmaba que, en efecto, la unión hacía la fuerza. 

Musicalmente, A.N.I.M.A.L. lograba fusionar los estilos de moda de la época en una propuesta personal que copiaba a todos pero no se parecía a nadie. Como Biohazard, incorporaron ingredientes de cada género y crearon una fórmula propia, bien argentina, aunque con postulados latinoamericanizantes como en "Lo mejor de lo peor".  

Como Phil Anselmo de Pantera, Andrés Giménez podía pudrir la voz, pero también era capaz de cantar. Corvata, con un ojo puesto en el groove del bajo cada vez más gordo de Fieldy en Korn, distiende el ataque constante de A.N.I.M.A.L. con "Chalito", oda hip-hop al cannabis. El nuevo camino del hombre, portador de tanta furia, finalmente se fuma uno y se relaja para ir terminando. Carrizo, estudioso de su instrumento hasta la obsesión, es quien debe sostenerlo todo. Ni antes ni después hubo nada igual; hoy el público heavy navega a la deriva una vez más, nadie los comprende como A.N.I.M.A.L. hace quince años.

Por Gustavo Olmedo 

A.N.I.M.A.L - "Lejos de casa"

 

Fuente: Revista Rolling Stone de Argentina/Foto: Archivo.
Videos: LA NACION/YouTube

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