Thursday, March 25, 2010

RADIOHEAD

Un año después.

Se cumple el primer aniversario de uno de los acontecimientos musicales más importantes de 2009. Así recordamos la primera visita de la banda de Oxford a nuestro país.


"No matter what happens now I won't be afraid, because I know today has been the most perfect day I've ever seen" - Radiohead - "Videotape"
Un amigo me dijo una vez que el verdadero amor por la música espera. Que el verdadero amor espera. Por eso, cuando el grado de tolerancia de muchos empezó a mermar en esa fila madrugadora a las afueras de Club Ciudad, de un momento a otro, como viniendo de esa "Cloud Cuckoo Land" de "Like Spinning Plates", se escuchó la voz de Thom Yorke cantando "I keep the wolf from the door but he calls me up" y supimos que la espera había terminado. Como suerte de efecto hipnótico, todos los que estábamos ahí nos empezamos a mirar (la mayoría, con ojos lagrimosos) y transmitimos, en cuestión de segundos, pensamientos como "al fin", "era hora", "Thom está a solo a pocos metros nuestro" y sus derivados.
Hace un año de ese instante en que Radiohead probaba sonido, de que Yorke hacía el clásico bailecito con "The Gloaming", de que Jonny Greenwood usaba la remera que todos conocemos y agitaba el limón en "Reckoner" y de que, bajo las estrellas, cuando todo era azul en el "Rain down" de "Paranoid Android", muchos teníamos la piel de gallina. El recital de ese 24 de marzo no solo fue uno de los acontecimientos más relevantes a nivel musical de 2009 sino también la constatación de que Radiohead es una banda atravesada por una sola palabra: entrega. Esa entrega fue absorbida de manera intravenosa tanto por los que estaban ahí, pegados a la valla, como por los que estábamos más allá, a lo lejos, completando el "Hey" de "15 Step", gritando y padeciendo el "For a minute there, I lost myself" de "Karma Police" y rogándonos, junto a Thom, sumergir nuestras almas en el amor. Ya estábamos arriba de las nubes, ya no podíamos bajar.
El recital de Radiohead fue un recital perfecto desde que las estalactitas se ponían azules en "Weird Fishes / Arpeggi" hasta que esas mismas estalactitas se volvían multicolores en "Planet Telex", pasando por momentos de reverencias al frontman menos demagógico del planeta ("You'll go to hell for what your dirty mind is thiiiiiiiiiiinking" lo / nos dejó sin aliento) y de extático disfrute de esa orgía sonora que son "Idioteque" y "Jigsaw Falling Into Place". Porque, a pesar de la solidez del concierto en su totalidad, lo que más sobresale de esa noche son momentos, esos momentos que vuelan, que se van en segundos - esos sobre los que Thom canta en "How to Disappear Completely" - pero que hoy permanecen como imágenes de una cinta de video que muchos no podremos borrar. Imágenes tan hermosas que duelen. El arrebato de furia con "There There", el baile incesante con "The National Anthem" y el placer de sumarse al sexy y fantasmal "Your ears should be burning" de "House of Cards" fueron tan solo algunos chispazos de felicidad.
Ya pasó un año desde que muchos escucharon el piano de "Pyramid Song" y sintieron disolverse en moléculas para recomponerse, tan solo tres temas después, con la gloriosa "Go Slowly", donde la voz de Yorke nos permitió elevarnos hacia ese lugar donde, a contramano del weirdo de "Creep", todos pertenecemos y queremos pertenecer. Un lugar donde no hay nada para temer ni nada para dudar. Ese lugar al que vamos porque nos place, donde atravesamos paredes, donde los fuegos artificiales y los huracanes emocionales nos dejan tan pero tan conmovidos que solo es posible repetir ad infinitum las palabras de Ed O'Brien: "Esta noche es un sueño hecho realidad". Y vaya que sí lo fue.

Por Milagros Amondaray.


Fuente: Revista Rolling Stone de Aregntina

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