Sunday, February 28, 2010

LA REINA NARCO

Angie Sanclemente.

La increíble historia de la modelo colombiana acusada de traficar droga en la Argentina. Ex Reina del Café y amante de un capo mexicano, reclutaba “mulas” de cocaína jóvenes y bonitas. El perro que la delató y el recuerdo de su pareja. 

 

Muchas chicas sueñan con ser la más linda del mundo. O al menos, de su país. Angie Jeaneth Sanclemente Valencia lo consiguió cuando tenía 21 años. En el 2000 fue elegida Reina Nacional del Café en Calarcá, en el corazón de la región cafetera de Colombia, compitiendo contra bellezas de todo el país. Pero el sueño duró poco y el reinado se desvaneció en un escándalo. Uno de los requisitos para competir en el certamen es ser virgen, soltera y nunca haber estado casada. La muchacha –que representaba a Barranquilla– tenía marido, el comerciante Alejandro Velásquez Rasch, y se había anotado con documentos falsos. El jurado descubrió la treta y la destronó. Ante las cámaras de la televisión, Angie lloró y prometió devolver el reloj de oro, el certificado y el jugoso cheque que le habían dado.

La joven, que por esos días usaba lentes de contacto azules, tuvo así su primer (y efímero) momento de fama. Hasta su madre, Jeaneth, tuvo que salir a pedir perdón: “Lo único que quería era ver feliz a mi hija”, dijo. Pasaron nueve años y Angie sigue siendo una mujer hermosa, siempre vinculada al mundo del modelaje. Pero su situación actual es complicada: se encuentra prófuga, con pedido de captura internacional, acusada por la Justicia argentina de narcotráfico y de dirigir una red que reclutaba muchachas “bonitas y discretas” para contrabandear valijas repletas de cocaína de Buenos Aires a Europa, vía Cancún, a razón de un viaje diario.

El 13 de diciembre pasado, los planes de Angie comenzaron a desmoronarse cuando la Policía de Seguridad Aeroportuaria detuvo en Ezeiza a una joven que había despachado una valija con cincuenta paquetes rectangulares que contenían, en total, 55 kilos de cocaína. La “mula”, “María N.”, era una chica rubia de 21 años, según los testigos muy bonita, con un estilo parecido a la vedette María Eugenia Ritó. Ese día vestía un ajustado jean blanco, camisa clarita a rayas y tacos altos. Le habían prometido mil dólares a la ida y cuatro mil más a la vuelta. Y le habían jurado que no tenía de qué preocuparse. Sólo debía abordar el vuelo de Mexicana de Aviación a Cancún y sentarse en primera clase. Una vez en destino, otra persona se haría cargo de la maleta. A principios de ese mes, ya había hecho el mismo viaje sin problemas. Sin embargo, esta vez algo falló. Cuando estaba en el preembarque, la llamaron y le dijeron que había un problema con su equipaje: con el scanner habían descubierto el contenido ilícito. Ante dos testigos, abrieron su maleta. El cargamento estaba apenas envuelto en una frazada. Todo indicaba que los traficantes confiaban en que nadie la revisaría. Asustada, la joven decidió colaborar con la Justicia y acogerse al régimen de protección de testigos.

Ese día, a las doce de la noche, el juez en lo Penal Económico Marcelo Aguinsky ordenó allanar un departamento de la calle Virrey Loreto, en el barrio porteño de Belgrano, una base de operaciones de la banda. Ante la llegada de la policía, tres jóvenes –entre ellos, un venezolano, de nombre Gustavo, y una mujer argentina, Micaela T.– quisieron escapar arrojándose por el balcón del segundo piso pero no lo lograron. El tercer joven, “Ariel L.”25 años y modelo publicitario–, resultó herido con traumatismos de cráneo, clavícula y pelvis. Lo internaron en el Hospital Pirovano, donde también decidió declarar todo lo que sabía. Con paciencia meticulosa, los investigadores pudieron atar los cabos y determinar que la operación estaba al mando de una mujer cuyo nombre nadie conocía, ni siquiera los reclutados por ella. Sólo sabían que era una colombiana de curvas prominentes y que había llegado al país acompañada por su pequeño perro de raza pomerania para reclutar jóvenes “bonitas y discretas” que llevaran cocaína a México. Así, la Justicia pudo constatar que la única persona que había ingresado al país en los últimos tiempos con un perro pomerania era una mujer de nombre “Angie Sanselmente Valencia”. El apellido fue registrado con un error: el personal de Migraciones escribió “Sanselmente” en lugar de “Sanclemente”, su verdadero apellido. Pero no había duda, era la misma mujer. Rápido de reflejos, el juez Aguinsky ordenó ir tras ella. Y Angie, más rápida aún, se fugó del céntrico hotel de cuatro estrellas en donde se alojaba, acompañada por su mascota, “Joshue”.

¿Cómo llegó aquella muchacha bonita que quiso ser reina –y casi lo logra– a convertirse en una prófuga de la Justicia, acusada de ser una jefa narco? La historia de Angie es digna de una película, según pudo reconstruir Veintitrés, que tuvo acceso a la causa. Su vida se asemeja a la de las protagonistas de la exitosa serie televisiva colombiana Sin tetas no hay paraíso, que refleja las conexiones entre la búsqueda de la belleza física y el mundo de los narcos.

La morocha nació en Bogotá el 25 de mayo de 1979. Más tarde se mudó a Barranquilla, ciudad que abandonó luego del episodio de la Fiesta del Café. Angie decidió rehacer su vida. En 2003 apareció posando en un sitio de Internet que promociona mujeres colombianas que quieren hacer contacto con caballeros extranjeros. En inglés, ella describía así sus gustos: “En mi tiempo libre prefiero obviar los centros comerciales e ir a los suburbios de la ciudad a comer, o quedarme en casa leyendo algún libro o revista. También me gusta mucho jugar al bingo”. El deseo de Angie, que había estudiado Comunicación en la universidad colombiana de La Sabana, era “algún día” convertirse en “una personalidad de la televisión”. Luego, se mudó a la Ciudad de México, donde se convirtió en modelo de la agencia Contexto. Se instaló en un coqueto piso en el barrio de Polanco, una de las zonas más distinguidas de la capital mexicana. Su vida social era vertiginosa: se la podía ver en cuanto evento nocturno se realizaba en los agitados “antros” del Distrito Federal, como se le dice en ese país a las discotecas. Además, cada vez viajaba más asiduamente a Acapulco y Playa del Carmen, a 40 minutos de Cancún, siempre alojándose en lujosos hoteles. El clímax de su carrera como modelo fue la sensual producción que hizo para la revista masculina H Extremo en octubre de 2007.

Quienes la conocieron en esa época recuerdan que solía frecuentar a un colombiano de nombre Eduardo, sindicado como narcotraficante, al cual apodan “El Flaco” o “El Monstruo”: un hombre delgado, con cara “rara”, de unos 30 años, que manejaba un Lamborghini. Este personaje, cuentan los habitués de la noche azteca, se ganaba la vida reclutando mujeres jóvenes y bonitas “para fiestas sexuales” y fraguaba pasaportes para viajar a España. Las últimas versiones indican que el narco colombiano estaría asociado al Cartel del Golfo, que con su grupo paramilitar “los Zetas” controla la península yucatana, donde se encuentra Cancún.

Si bien a Angie no se le conocía una gran labor como modelo, su nivel de vida era digno de una princesa. Manejaba un New Beetle y un Peugeot 307, vestía ropa de primera, usaba relojes Rolex de oro y comía en lugares caros. “Él es muy bueno, me hace regalos muy bonitos”, solía explicar sobre su relación con Eduardo. En los últimos tiempos, Angie se había convertido en una persona muy religiosa, devota de Santa La Muerte, una figura muy popular en la religiosidad mexicana. Como protección, solía usar un colgante de oro con la imagen de la Parca. En uno de los sitios en donde muestra su escultural cuerpo, Angie cuenta que sus intereses son “vivir la vida con plenitud y ejercer la misión que me fue impuesta y dar muchísimo amor a todo el mundo”.

Pese a su misticismo, Angie no abandonó el cuidado obsesivo de su escultural figura. En mayo de 2008 vino a Buenos Aires para realizarse un nuevo retoque quirúrgico. La bella Angie es una cliente habitual de los quirófanos: se operó los senos, la cola, la nariz y se hizo liposucciones.

Jura que habla “español, hebreo e inglés”. Sus gustos musicales son heterogéneos: le gusta desde Louis Armstrong y Stan Getz hasta el DJ Tiesto, pasando por Madonna, Juanes, Bryan Adams y Miguel Bosé. En televisión, ve documentales en Discovery. Sus libros favoritos son Verónica decide morir, de Paulo Coelho; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y El perfume, de Patrick Süskind. La muchacha es una romántica: su cita favorita es “Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca”, de Pablo Neruda. Sus medidas son casi perfectas: declara 89-58-89 y mide 1,70 metro. Su superhéroe favorito es Spiderman, aunque prefiere al actor que le da vida, Tobey Maguire. Y su trago preferido es el margarita.

En esos días alegres, en una de las tantas fiestas a las que concurría, Angie se fotografió junto a Carolina “Pampita” Ardohain en una discoteca mexicana. Consultados por esta revista, allegados a la modelo argentina negaron cualquier tipo de vínculo. “Después de cada desfile, muchísima gente le pide a Pampita sacarse una foto junto a ella. Y siempre acepta: como muchas otras celebridades, no tiene problema en posar aun con gente que ni conoce”, señalaron.

Veintitrés dio con Matías D., un joven argentino de 27 años que vivió en México entre 2005 y 2006 trabajando como modelo, y que no sólo conoció a Angie sino que llegó a vivir con ella. “Éramos amigos, nos gustábamos y estuvimos varias veces juntos, pero sin nada formal de por medio. Está buenísima. Y es una persona buena, con una personalidad muy fuerte. Se hace notar. Le gusta que la miren cuando llega y cuando se va. Recuerdo esa época de mi vida como si fuera una película”, dijo Matías sobre las noches de pasión, diversión y descontrol que vivió en México. El joven, que abandonó el modelaje, viajó por varios países de Asia y ahora trabaja en una concesionaria de autos en la zona sur del conurbano, no puede creer lo que pasó con su amiga. La última vez que la vio fue en Buenos Aires, a principios del 2008.

En esa oportunidad, Angie le ofreció viajar a México. “Contó que se había puesto una agencia y me ofreció viajar a modelar nuevamente. Hasta me dijo que podía quedarme nuevamente en su casa”. El joven rechazó el convite. Después de varios encuentros, le perdió el rastro: “Durante un tiempo teníamos contacto asiduo, pero en algunos períodos desaparecía del mapa y nadie sabía dónde estaba”.

Hoy, la bella Angie tiene pedido de captura internacional. Al cierre de esta edición, no se sabe a ciencia cierta si la narco-modelo abandonó el país de manera irregular o si se mantiene escondida en algún lugar del territorio nacional. Su última entrada al país fue el 7 de diciembre pasado.
En esa visita, contactó en Buenos Aires a un joven de nombre Nicolás, con el que también habría tenido una relación amorosa. El muchacho, oriundo de Mar del Plata, es otro de los integrantes de la banda y está detenido, acusado de hacer el “casting” para el arriesgado trabajo. Pero Angie sigue sin aparecer. Como si se la hubiese tragado la tierra. Dejó un tendal de admiradores que se preguntan dónde está y una buena cantidad de imágenes para que nadie se olvide de ella. 


Por Tomás Eliaschev.

Fuente: Revista Veintitrés / El Argentino.Com
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