Charly García, Luis Alberto Spinetta, León Gieco, Skay. Pasó la segunda jornada del festival serrano; crónica y fotos.
CRÓNICA
"Obediencia y amor", exclama (¿reclama?) el señor Charly García, y es  el principio del fin de una noche, ésta, la segunda del Cosquín Rock,  atestada de próceres, refucilos modernos y demás cosas raras. 
Say No  More fue, cómo no, el número central, y su set, en contraposición al del  Flaco Spinetta (que tocó en el mismo escenario unas horas antes) dejó  expuesta una verdad: las dos figuras máximas del rock en español se  encuentran, hoy por hoy, en polos opuestos. 
Mientras uno recompone su  salud al tiempo que trata de recuperar su imagen rockera con un Grandes  Éxitos en vivo con tantos traspiés como buenas intenciones, el otro se  sienta a revisar su repertorio oscuro en plan jazz rock virtuoso,  simplemente porque es Luis Alberto Spinetta, puede y se le antoja.
Charly, decíamos, fue puro hit, propulsado por una banda  que juega de memoria (el Negro García López, su pivote ideal, dispara  riffs como si él mismo los hubiese engendrado) y una segunda voz  femenina (Rosario Ortega, reemplazante de Hilda Lizarazu) que aún se  muestra tímida pero insinúa potencial. "Cerca de la revolución" abrió un  concierto que tuvo como nota principal a García recuperando una extraña  locuacidad que generó muchas sonrisas y algunas incomodidades (ver  Momentos). 
Cantando fragmentos de sus canciones con la garganta aún  mellada, tocando el piano menos de lo que a cualquier melómano le  gustaría, recorriendo el escenario con movimientos toscos al estilo  Ozzy, atajando continuamente sus pantalones (que se te caigan, digamos,  no es lo mismo que bajártelos) y revoleando micrófonos como en sus años  más tóxicos, SNM logra picos de sentimiento cuando recurre a su status  de intocable y nos acaricia la memoria emotiva (imposible no disfrutar,  como sea, de "Rezo por vos", "No llores por mí, Argentina", "Demoliendo  hoteles" y un largo etcétera), pero -teniendo en cuenta la grandeza del  sujeto de marras-  nos deja pidiendo más en lo estrictamente musical. 
 León Gieco, otro que pasó por el escenario principal más temprano, hace  el aguante en "El fantasma de Canterville", la lista de temas se  extiende unilateralmente hasta el mismísimo infinito (a las tres de la  matina seguía firme junto al pueblo, con "Seminare", "Popotitos", "Mr.  Jones"...) y la heterodoxa multitud que se lleva a casa la foto de un  espectáculo que pudo ser gigante y sólo fue abundante, que al fin y al  cabo tampoco es tan poco.
Como decíamos, Spinetta está más allá: sentado al lado de  su baterista durante casi todo su set, demostró que no sólo de riffs  demoledores vive el rockero. Al menos no el rockero serrano. 
A pesar de  que a todos les hubiera gustado volver a Las Bandas Eternas, en esta y  en cada una de las presentaciones posteriores a ese Vélez histórico, el  Flaco se centró en la última parte de su discografía. 
Sus virtuosas y  prolongadas zapadas, el teclado orquestal del Mono Fontana, la presencia  de su hija Vera para cantar un par de temas incluido el cover de Hugo  Fattoruso "Milonga Blues", fueron sentando poco a poco a los asistentes a  los que les quedó bien claro que no, no habría (y quizás no lo haya  más) "Me gusta ese tajo" pero sí todo lo que hace de Spinetta el  Spinetta que conocemos. 
Igual, hubo "Durazno sangrando" y "Ludmila",  hubo versión de "Té para tres" en homenaje a Cerati al grito de  "¡Fuerza, Gustavo!", y hasta un final rock-blusero con "Yo miro tu amor"  y, paradójicamente, un riff... demoledor.
Adaptando la guitarra ríspida del rock clásico norteamericano al  gusto argentino, Skay volvió a dejar en claro que en los Redondos, la  repartija de roles era similar a la de los Stones: el cantante es era  brillo y el guitarrista, la mística rocanrolera. 
Las influencias se  lucen: Neil Young en "¿Dónde estás?", Lou Reed en "Astrolabio", los  sonidos orientales en "La luna en Fez", etc. 
Y el revoleo, claro,  también dice presente, con hitos de su carrera solista como "Oda a la  sin nombre" y "El Golem de Paternal" y, obviamente, con los pocos pero  buenos regalos ricoteros que Beilinson nos lega: "Todo un palo", "El  pibe de los astilleros" (con guiño a aquel fraseo de la música de  Lawrence de Arabia que su es banda tomó prestado para "La bestia pop") y cierto temita llamado "Ji ji ji" que a algunos puede llegar a sonarle. 
¿Y cuál otro gran pilar del rock nacional faltaba? 
El  imprescindible en cualquier edición del festival federal: León Gieco,  obviamente. 
Empezando con imágenes de su barbuda juventud tocando  "Hombres de hierro" en el BArock 71, la primera parte de su show contó  con la honorable presencia de "un clásico de Cosquín", el armoniquista  Pancho "Panchito" Chevez para rendir homenaje a la "gran cantante que se  fue de gira eterna", Mercedes Sosa, con "Sólo le pido a Dios". 
Su  compromiso, múltiple y profundo, representado no sólo a través de la  invitación de los apadrinados que todos conocimos en  Mundo Alas   (esa road movie que registra su gira nacional junto a músicos con  capacidades diferentes), sino también mediante "La memoria" y la alusión  a las Madres y el 24 de marzo (seguido del "Hay que saltar, hay que  saltar...", claro está) y la concienzuda protesta anti-imperialista y  bolivariana de "Cinco siglos igual". 
León se la dedicó a  Evo Morales e  invitó a Andrés Giménez a cantarla a capella. 
Y a partir de ese momento,  todo viró hacia el costado, claro, demencial que aquella unión implica. 
León D-Mente, junta loca y sobredosis de adrenalina que transforma cada  tema de Gieco, logró calentar el terreno dando nacimiento a el que  luego se convertiría en el pogo más grande del Valle de Punilla. 
Desde  "El fantasma de Canterville" hasta "Pensar en nada", pasando por "La  mamá de Jimmy" de Porsuigieco.
En tanto, mientras caía el sol y en el tablado principal  el Flaco ofrecía sus melodías prístinas, Dread Mar I confirmaba en el  escenario reggae su condición de fenómeno meteórico deleitando a los  anti-fans de Spinetta: quienes no quieren saber nada con ningún tipo de  abstracción y sólo le piden a la música una cadencia dulzona para  contonearse y una letra romántica fácil de recordar para canturrearle a  la patrona, seguro encontraron allí su lugar. 
Pocos rastafaris, muchos  rockerazos que se permiten entonar "Tu sin mí" porque "lo escucho porque  está bueno para joder" (sic, y cualquier semejanza con lo que sucede  con la cumbia no es pura coincidencia) y un sinfín de minitas alzaron  los brazos al son del  lovers rock  más extremo del mercado y  opacaron en lo que a convocatoria respecta al repaso hitero de Los  Pericos, la mescolanza latina de Fidel, la prolijidad y la sutileza de  Los Cafres y el roots de Nonpalidece.
DIEZ MOMENTOS
 Los invitados de Virus:  Sólo hits, pareció ser la  consigna. Para lograr un set im-ba-ti-ble, los Moura llamaron a tres:  Carca para "Imágenes paganas", Dani Umpi (vestido, peluca, tacos rojos)  para "Luna de miel en la mano" y la cantautora Ana Naón para "Amor  descartable". Cortito y efectivo.
 El pogo más grande de... ya sabés:   como de costumbre, "Ji ji ji" disparó el movimiento frenético en una  nueva catarsis ricotera. Fue el cierre del set de Skay, el estribillo lo  cantó el público y, cómo no, tembló el piso.
 Vórtice bizarro:  La Bizarren Music  Party tuvo su lugar en el escenario Hangar. Además de las invaluables  presencias de Pocho La pantera y Los Grossos, la festichola loca duró  todo el día en una suerte de mundo paralelo. Skay sonaba en el principal  mientras ahí un par de locos deliraban con Vilma Palma, Amistades  peligrosas, los Pimpinela o Fey. Uff.
 Charly Stand Up:  las frases  desquiciadas de García fueron un show aparte. "Nunca le den propina a un  Hare Krishna", instó, poco después de versar sobre la comparación entre  "el amor de una persona y una raya de merca" que vendría a implicar  "Vicio". "Acá falta olor a faso", concluyó. Pero no, no faltaba.
 Dúo de uno:  las imágenes que abrieron  el show de Gieco cantando "Hombres de hierro" durante aquel BArock  setentoso, lo llevaron a establecer una suerte de dúo consigo mismo,  entonando sobre la grabación. Dos leones al precio de uno.
 Final fumón:  Los muchachos de  Nonpalidece cerraron el escenario temático reggae pero cuarenta minutos  después de lo pautado. "Las manos arriba de toda la gente que quiere  disfrutar del reggae-roots", pidió Néstor Ramljak a los impacientados.  Olvidar la espera y ponerse a vacilar al ritmo de "Tu presencia" no les  costó nada.
 Anochecer spinettiano:  la dulzura  etérea del Flaco, acariciando a un público sentado que, por una vez,  sólo escuchaba. Mientras, las primeras estrellas se dibujaban sobre el  contorno de las sierras. ¿Qué más?
 Homenajeando al profeta:  en el  escenario reggae, Los Pericos se acordaron de que el próximo 11 de mayo  se cumplen 30 años de la muerte de Bob Marley y se despacharon con una  respetuosa versión de "Iron Lion Zion". No podía faltar.
 Poder canino:  la Jauría liderada por  Ciro Pertusi tocó temprano, pero así y todo se las arregló para  convertirse en uno de los números más contundentes de la jornada.  Ensamble ajustado, potencia sin fisuras y un paso más en su escalada  hacia la fecha propia, en abril en el Teatro Flores.
 El sexo... ¿débil?:  la apertura del  escenario principal tuvo perfume de mujer. Primero llegó la furia  garagera de Utopians y luego la impronta de rock clásico de María Eva.  Grrrl power.
Por Diego Mancusi y Yamila Trautman 
FOTOS 
Fotos: José Luis García y Santiago Filipuzzi.
Fuente: Revista Rolling Stone de Aregntina.
Fotos: Archivo RS:



















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